Todo empieza con una mujer llamada Kaeli N. Swift esparciendo cacahuetes y cheetos por el suelo. Los cuervos llegan volando para comerse el tentempié, y mientras Swift los observa desde la distancia, cuaderno en mano, otra persona camina hasta los pájaros, con una máscara de látex y un cartel que dice Estudio de cuervos – UW. En las manos del cómplice hay un cuervo disecado, que se presenta como una bandeja de entrantes.
No se trata de una representación de teatro callejero surrealista, sino de un experimento diseñado para estudiar una cuestión biológica profunda: ¿qué saben los cuervos sobre la muerte?
Swift realiza este experimento como parte de su investigación doctoral en la Universidad de Washington, bajo la tutela del biólogo John M. Marzluff. Él y otros expertos en el comportamiento de los cuervos llevan mucho tiempo intrigados por la forma en que los pájaros parecen congregarse ruidosamente alrededor de sus compañeros muertos. Marzluff ha visto dichas concentraciones con sus propios ojos muchas veces, y ha oído historias similares de otras personas.
“Siempre que doy una conferencia sobre cuervos, hay alguien que dice: ‘Vale, ¿y qué hay de esto?’”, explica.
Marzluff y Swift decidieron aportar un poco de rigor científico a estas historias. Querían determinar si un cuervo muerto realmente provoca una respuesta clara por parte de los cuervos vivos y, de hacerlo, cuál podría ser el propósito de esas concentraciones ruidosas.
Para llevar a cabo el experimento, Swift empezó esparciendo comida todos los días en un punto concreto, para que los cuervos aprendiesen a congregarse ahí para comer. Luego uno de sus colaboradores se acercaba al banquete con un cuervo muerto, y Swift observaba la reacción de los pájaros.
Los cuervos casi siempre hostigaban a los voluntarios que llevaban el cadáver, y Swift está eternamente agradecida a sus colaboradores por no haber abandonado la investigación en ese momento. “Que un cuervo se lance en picado contra ti es aterrador”, afirma.
Sin embargo, si el voluntario llevaba una paloma muerta, los cuervos lo hostigaban solo un 40% de las veces. Y si avanzaba con las manos vacías, los animales se alejaban hasta que la acera quedaba de nuevo despejada y volvían a su comida.
Luego Swift hizo más pruebas para determinar qué impresión causaban los cuervos muertos en los vivos. Como los cuervos pueden distinguir a los individuos por sus rostros, hizo que los voluntarios llevasen máscaras de látex. Así, aunque recurriese a un equipo que rotaba, cada grupo de cuervos vería la misma cara durante todo el proceso. Swift dispuso que su equipo volviese a los puntos de alimentación una vez por semana, para ver cómo respondían los animales.
“Es una cosa muy del estilo Hannibal Lecter: parece que le has cortado a alguien la cara y la llevas puesta”, explica Swift, que tuvo que pasar mucho tiempo tranquilizando a los ciudadanos de Seattle, asegurándoles que aquello era ciencia. “Mucha gente decía: ‘Puedes decir misa, voy a llamar a la policía”.
Al cabo de seis semanas, muchos pájaros seguían hostigando a los visitantes, aun cuando se acercaban con las manos vacías. Los voluntarios que llevaban máscaras desconocidas, por el contrario, recibían hostilidades en muchas menos ocasiones.
Swift halló más indicios de que los cuervos muertos causaban una fuerte impresión en los vivos. En los días sucesivos a la presencia del voluntario con un cuervo muerto, los pájaros tardaban bastante más tiempo en acercarse a la comida. La imagen de la paloma muerta no provocaba el mismo efecto.
En su informe, que aparece en la edición de noviembre de Animal Behaviour, Swift y Marzluff proponen que los cuervos prestan mucha atención a sus muertos como una forma de recopilar información sobre las amenazas para su propia seguridad. “Es una oportunidad de aprendizaje a largo plazo”, afirma Swift. “Saber que tienes que llevar cuidado en un lugar concreto es algo valioso”.
La presencia del cuervo muerto podía decir a los otros pájaros que un lugar es peligroso y debería visitarse con precaución. Los graznidos ruidosos que emiten los pájaros podrían ser una forma de compartir información con el resto del grupo.
“Este tipo de trabajos nos ayudan a recordar la presencia de una complejidad cognitiva en otros animales que no son el ser humano”, explica Teresa Iglesias, bióloga evolutiva asociada con la Universidad Nacional de Australia, que no participó en el estudio.
Sin embargo, eso no quiere decir que todos los animales presten atención a sus muertos. De hecho, el club es muy exclusivo, e incluye a especies como los chimpancés, los elefantes, los delfines y las charas, parientes de los cuervos.
“Se trata de animales que viven en grupos sociales y de los que sabemos que tienen habilidades cognitivas más avanzadas”, sostiene Swift. “Resulta sorprendente pensar que un cuervo, un ave, pueda hacer algo de lo que, hasta donde sabemos, tan pocos animales son capaces”.
Fuente: New York Times News Service. El país